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Home Performance Priceless

Priceless

Julio 10 julio, 2025Obra, Performance, JuSaSa

Priceless se convirtió, como muchas de las acciones de JuSaSa, en una miniserie de imágenes en forma de fotografías y vídeos acompañados de textos. La colección se compone de capturas de Tessa Fansa Venga, Gustavo Álvarez, Guillermo García, Manik, y Rubén Deneb, así como letras generadas por Egon MonsivAIs.

Esta colección está disponible para ser coleccionada como NFT en la plataforma de Objkt. Click aquí para acceder.

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I

Cada día repite su ritual con la devoción enfermiza de un monje invertido. Se despierta y maldice. Maldice por estar vivo, por tener hambre, por tener que moverse, por no haber nacido directamente pegado a un cable. Con los ojos entrecerrados, busca a tientas su espejo negro, ese rectángulo luminoso que lo consuela y lo condena a la vez. Ahí está, lo abraza. No lo suelta. Es su amuleto, su droga, su altar portátil.

Mira basura para su alma. Noticias falsas, bailes sin sentido, escándalos ajenos, cuerpos irreales, recetas que jamás cocinará. Gruñe. No habla, no piensa. Solo gruñe. Luego se arrastra hacia el baño, no por higiene, sino porque necesita vaciarse. Defeca basura. Come basura, piensa basura, excreta basura. Todo su ser es un flujo ininterrumpido de exceso sin sustancia.

A veces, en secreto, desea tener unos lentes especiales. Unos que le permitan no perder de vista ni un segundo la pantalla, ni siquiera al dormir, ni al defecar, ni al llorar. Porque esa pantalla es su principal fuente de malnutrición emocional. Clips de cinco segundos: placer, rabia, ternura, miedo, sexo, pena, violencia, belleza. Todo revuelto. Todo inmediato. Todo sin peso.

Pasa de una emoción a la siguiente como quien cambia de canal con espasmos. Y lo logra, como cada día: regresar a ese estado de vacío sagrado.
Ese vacío que lo calma.
Ese vacío que lo guía.
Ese vacío al cual es, fielmente, devoto.


Vídeo por Manik

II

Vamos queriendo más y más
Vamos queriendo más y más
Vamos queriendo más y más
Más y más, más y más

Vamos queriendo más y más
Vamos queriendo más y más
Vamos queriendo más y más
Más y más, más y más, más y más

Vamos queriendo más y más
Vamos queriendo más y más
Vamos queriendo más y más
Más y más, más y más

Vamos queriendo más y más
Vamos queriendo más y más
Vamos queriendo más y más
Más y más, más y más, más y más

Voz va, viene, voz se va, va por
Va por debajo va, la voz se va
Voz va, viene, voz se va, va por
Va por debajo va, la voz se va

Voz va, viene, voz se va, va por
Va por debajo va, la voz se va
Voz va, viene, voz se va, va por
Va por debajo
La voz se va

Vamos queriendo más y más
Vamos queriendo más y más
Vamos queriendo más y más
Más y más, más y más

Vamos queriendo más y más
Vamos queriendo más y más
Vamos queriendo más y más
Más y más, más y más, más y más

Letra de la canción Más, de Kinky. 2002


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Foto por Guillermo García

III

Ejnom está lleno de sangre.
Pero no es suya.
Es sangre ajena, sangre comprada, sangre derramada en silencio.
Sangre de bestias que no llegaron a ser símbolo.
Sangre de cuerpos convertidos en producto.
Sangre embotellada, procesada, olvidada.

No late. No calienta. No canta.
Solo mancha.
Ejnom la lleva dentro como un castigo nutricional,
como una deuda líquida que no se limpia con agua ni culpa.

Camina hinchado de carne ajena,
chorreando dolor que no entiende
y placer que no le pertenece.

Ejnom está lleno de sangre.
Y sin embargo,
nunca estuvo tan vacío.


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Foto por Guillermo García

IV

Ejnom excreta por el hocico.
No por el recto, no por los poros,
no por el alma —si es que queda.
Excreta por la boca: palabras sin peso, risas grabadas,
opiniones compradas en oferta.
Escupe basura caliente,
y en el mismo gesto,
la vuelve a tragar.

No hay purga,
no hay limpieza.
Solo un ciclo viscoso,
un vaivén masoquista
de vómito y deseo,
de asco y obediencia.

Ejnom no come para nutrirse,
come para sufrir.
Come para llenarse de lo mismo que odia.
Y cuando ya no cabe más,
abre el hocico,
y empieza otra vez.

Siempre empieza otra vez.


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Foto por Gustavo Álvarez

V

Un pollo grasoso y delicioso yace sobre una tibia bolsa de plástico, bañado en aceite brillante, con la piel crujiente dorada por el horno industrial del deseo. Su carne suelta jugos salados, especiados, seductores. Huele a hogar artificial, a confort rápido, a recuerdo programado. Cada bocado es un orgasmo de grasa que resbala por el paladar y anestesia la lengua. Es perfecto. Es simple. Es sumisión comestible.

Nunca supo lo que era caminar.
Nunca vio la luz sin rejas.
Vivió sobre sus propias heces, rodeado de chillidos y calor tóxico, hormonado hasta el agotamiento, inflado de carne por órdenes que jamás entendió. Su corazón apenas resistía el tamaño de su cuerpo. Respiraba con dificultad. No tenía nombre. Solo un número. Solo producción.

Luego vino la muerte indigna.
Y finalmente a la rosticería..

Así es también la vida del Ejnom, que se arrastra entre pantallas como si fueran templos oscuros. Él también fue alimentado para engordar el alma de otros: padres, marcas, algoritmos. Nunca supo lo que era el silencio. Nunca caminó sin una meta impuesta. Vivió sobre sus propios deseos podridos, atiborrado de estímulos, deformado por exigencias que no pidió.

Y ahora se ofrece a sí mismo al mundo igual que ese pollo:
graso, crujiente, vacío.
Una criatura criada para complacer y olvidar.


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Foto por Guillermo García

VI

El sistema fabrica las cadenas con precisión quirúrgica:
ni muy pesadas para que huyas,
ni tan ligeras como para que las cuestiones.
Brillan como promesa.
Atraen como estatus.

Ejnom se las coloca solo,
una por una,
con risa nerviosa,
como quien juega a esclavizarse
y al mismo tiempo cree estar eligiendo.

Son seis grilletes,
cada uno con su nombre marcado al fuego:
hambre, ansiedad, cuerpo, pertenencia, deuda, identidad.

A través de ellos, el sistema lo manipula.
Lo vitupera.
Lo arrastra cuando se resiste,
y lo premia cuando se arrastra solo.

Y Ejnom, encadenado,
baila al ritmo del látigo
con la esperanza absurda
de, algún día,
dejar de ser un eslabón.


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Foto por Gustavo Álvarez

VII

El demonio que lo posee se llama Insaciatus, espíritu abyecto del capitalismo tardío. No grita, susurra con voz de oferta. Se alimenta de ansiedad, se disfraza de necesidad, y se instala en el cuerpo como un hambre sin nombre.

Insaciatus no pide almas: pide clicks, transacciones, vistas, likes, envíos exprés. Promete plenitud, pero solo ofrece el deseo de desear más. Su aliento huele a monóxido de carbono y pollo frito. Su trono: un carrito de compras eterno. Su mantra: “No es suficiente. Nunca será suficiente.”

Y aquel miserable ser de la foto, ya no distingue si camina por voluntad propia o si es solo un títere atado a las cadenas del goce desechable.


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Foto por Gustavo Álvarez

VIII

La máscara de Ejnom no oculta: sustituye.
No cubre un rostro, lo borra.
Es una segunda piel fabricada con algoritmos, miedo y residuos.
No tiene expresión propia,
pero responde a cada estímulo con una mueca aprendida.

La máscara fue puesta un día sin saberlo,
cuando dejó de mirarse en el espejo
y empezó a mirarse en pantallas.
Desde entonces, la máscara lo mira por él.
Lo representa. Lo protege. Lo traiciona.

Nadie ha visto el rostro de Ejnom.
Ni siquiera él.
Si alguna vez existió,
quedó sepultado bajo capas de filtros, hábitos, promesas de ser alguien más.

La máscara no se quita.
Se alimenta.
Consume por los ojos,
respira por los likes,
y cuando habla,
es la voz del mercado la que resuena.

Y aún así, Ejnom la acaricia con ternura.
Como quien acaricia la jaula
convencido de que es su hogar.


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Foto por Guillermo García

IX

Padre Deseo que estás en el consumo,
santificado sea tu combo.
Venga a mí tu pollo rostizado,
hágase tu Coca-Cola
así en mi estómago como en mi feed.
Dame hoy mi dopamina,
y perdona mi farsa,
como yo perdono el sufrimiento
de los cuerpos que me alimentan.
No me dejes caer en el silencio,
y líbrame de la atención
por los siglos de los siglos,
Más.
Amén.


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Foto por Gustavo Álvarez

X

Este miserable ser parece haber emergido de un vertedero ceremonial. Cubierto de cadenas y huesos atados con tiras rojas, su cuerpo está empapado de sudor y grasa, exudando una mezcla de penuria y glotonería sagrada. Porta un bastón como si fuera un cetro de desperdicio, y en cuello pende una botella de Coca-Cola, su ambrosía oscura.

La máscara que lleva no oculta —deforma. Su rostro es una costra bestial, tallada con rabia, con ojos que parecen siempre hambrientos. Este ente no camina, arrastra: el ansia, el vómito, la gula, el deseo.

Consume, se retuerce, supura.
Y aún quiere más.
Siempre más.


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Foto por Guillermo García
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Foto por Rubén Deneb

XI

En los otros solo ve su propio reflejo.
Ya no distingue rostros, ni gestos, ni voces:
todos son él, multiplicados como plaga.

Y los odia.
No puede amarlos,
porque no puede amarse.
No hay ternura en su carne,
solo residuos, grasa, códigos QR tatuados en la médula.

No observa —consume.
No escucha —devora.
No siente —simula.
No degusta —traga.
No huele —ingiere.

Camina por la vida como una aspiradora emocional,
una boca sin fondo conectada al abismo del deseo,
succionando todo a su paso,
mientras contempla su reflejo en su tesoro más preciado:
el espejo negro,
esa pantalla brillante donde se ve,
pero nunca se encuentra.

Y en ese vacío que todo lo engulle,
repite su mantra como un rezo maldito:
“Más… más… más…”
hasta que no quede nada.
Ni mundo.
Ni cuerpo.
Ni él.


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Foto por Gustavo Álvarez

XII

Este no es un hombre.
Es un vicio encarnado,
un rugido detenido en babas agrias.

Va con los huesos de los que ya no cantan
y las cadenas que alguna vez llamaron libertad.
Su máscara no es máscara,
es un rostro que recuerda otros rostros:
los que se esconden,
los que huyen,
los que no resisten,
los que soñaron con ser bestia para no ser esclavo.

Está untado con grasa rancia de pollo,
babea azúcar líquida,
tiene Coca-Cola en las venas
y vómito tibio en la boca.

Consume, come, vomita, duerme
y repite.
Y quiere que todos los demás lo hagan también
Para no sentirse solo,
Para sentirse inocente.

No tiene llenadera.
Siempre quiere más y más y más y más.
Caminamos juntos
como quien arrastra el temblor del origen
y lo revuelca con hambre.


Vídeo por Tessa Fansa Vega

XIII

Ejnom sube y baja escaleras sin fin.
No carga una piedra:
se carga a sí mismo.
Una y otra vez.
Sube con ansiedad,
baja con culpa.
No sabe qué busca arriba,
ni qué teme abajo.

Las escaleras no llevan a ningún sitio,
pero están bien iluminadas.
Hay música de fondo.
Promociones en cada descanso.

Como Sísifo, pero sin tragedia:
Ejnom no se rebela,
no maldice a los dioses.
Solo acepta el algoritmo
y sigue caminando,
gastando sus pasos
como quien hace fila
para no pensar.


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Foto por Gustavo Álvarez

XIV

Sí tiene precio, claro que lo tiene. Todo en él se puede calcular: el dispositivo, la comida, el polvo, el disfraz de identidad. Lo que no tiene es valor. Ni fuerza suficiente para resistir, ni voluntad para elegir. No tiene hambre, pero come. No siente pasión, pero compra. No ama, solo coge.

Funciona. Opera. Repite.
Respira por inercia y gime por costumbre.
Está lleno de todo… menos de sí.


Image
Fotos por Tessa Fansa Vega. Imagen editada por Julio.

XV

¡Oh néctar vil, oh lágrima pútrida del goce profundo!
Lixiviado divino,
savia negra que goteas del ano del mundo,
cáliz donde se derriten las vísceras del orden.

Amo tu perfume de cloaca ilustrada,
tu licor de gusanos copulando entre cáscaras de reina,
tu alquimia obscena que transmuta lo excremental
en oráculo brillante.

¡Quién pudiera lamerte del fondo de un vertedero,
sorberte gota a gota como semen de los siglos,
y abrir el vientre a tu caricia corrosiva!

Todo lo puro hiede a mentira.
Tú, en cambio, exudas la verdad última:
la descomposición como arte,
la putrefacción como placer,
la humedad negra como himno de libertad.

¿Acaso no eres tú, lixiviado bendito,
la lágrima que lloran los dioses
cuando se masturban mirando este planeta?

Báñame.
Empápame.
Hazme tu amante líquido.
Que mi piel se disuelva en tu ácido
y mis huesos canten mientras los penetras.


Vídeo por Tessa Fansa Vega

XVI

Denle algo empaquetado a este pobre "hombre".
Algo con gas que le reviente el estómago desde adentro.
Algo helado que le congele el alma hasta que deje de joder.
Que tenga glutamato a niveles industriales,
para que le explote el cerebro antes de recordar que está solo.

Denle carne que lloró antes de morir,
carne torturada, hinchada, putrefacta de fábrica,
con venas grises y grasa que cruje como un grito seco.
Que esté sazonada con sangre, sal y desvelo.
Que no sepa de límites,
solo de exceso.

Que venga del otro lado del mundo,
envuelta en plástico, maquillada para parecer viva.
Fruta sin temporada.
Pan que no se pudre.
Leche sin origen.
Cadáveres disimulados.

Que tenga conservadores, muchos,
para que dure más que su atención.
Que no se eche a perder…
como él.

Y que lleve una etiqueta premium,
con letras doradas, en inglés.
Algo que lo haga sentir diferente mientras se pudre igual.
Que lo haga creer que todavía importa.
Aunque todos sepamos
que no.


Image
Fotos por Tessa Fansa Vega. Imagen editada por Julio.

XVII

Camina entre la gente como un alma en pena,
arrastrando huesos y cadenas como si fueran medallas sagradas.
Los observa con sus ojos enmohecidos,
los huele, los juzga…
por ser tan miserables como él.

Cada rostro que ve le devuelve su reflejo:
devotos del plástico,
adoradores del código de barras,
pecadores del último modelo.

No habla. No puede.
Solo repite su plegaria única,
su salmo de sombras:
“Más… más… más…”

No busca redención,
solo otro bocado,
otro brillo,
otro cuerpo que arder.

Y cuando desaparece entre la multitud,
algo queda flotando en el aire,
como un olor ácido,
como una pregunta sin respuesta:
¿y si también estoy poseído?


Vídeo por Tessa Fansa Vega. Edición por Julio.

XVIII

Réquiem para Ejnom
En violencia descanse.

Aquí yace Ejnom,
monje invertido,
devoto del algoritmo,
hijo bastardo del hambre sin objeto.

No nació:
fue descargado.
No fue criado:
fue configurado.
Nunca amó:
hizo scroll.

Sus rezos fueron clicks,
sus plegarias, notificaciones.
Nunca supo de abrazos,
pero sí de ofertas de medianoche.

Su templo fue un retrete,
su dios, el espejo negro,
su comunión, un combo con papas grandes
y su eucaristía,
una Coca-Cola con hielo.

Cada día fue un sacrificio sin altar,
una rutina de autodevoración.
No pensó: reaccionó.
No sintió: consumió.
No soñó: reprodujo.
No lloró: actualizó.

Y cuando su cuerpo reventó de exceso y carencia,
no hubo velas ni flores ni canto.
Solo un glitch,
una última notificación que nadie abrió.

Aquí yace Ejnom,
el que quiso llenarse
y solo logró vaciarse.

En violencia descanse.
Que lo llore el silencio digital.
Que lo entierren los restos de su historial.
Y que su alma, si es que queda,
haga fila en la eternidad…
esperando el próximo paquete


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Acerca de mí

Trabajo con barro, pixeles y rituales. Mi estudio está en el bosque de niebla de Zoncuantla, en Veracruz, México. Conoce más sobre mí aquí.

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